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De lo intenso y lo extremo

Mi pareja era una bestia asesina y drogadicta     

        Cuando una proviene de un hogar donde el amor y el respeto primaban por encima de cualquier problema material, donde no hubo jamás cabida a las ofensas ni mucho menos a las humillaciones, cada golpe que se recibe duele mucho más. Ante el ejemplo de unos padres que se amaron y se respetaron por 48 años, y que solo la muerte de uno de ellos pudo separar; no se concibe que tu pareja te ofenda, te humille y te pegue.

         Luego de haber llegado a esta nación, conocí, tras el rostro de la hipocresía, el flagelo de la violencia doméstica que convertía mi cuerpo en un océano de moretones. Sentía emociones truncadas ante mi pareja que era un león asesino adicto a las drogas y al alcohol.

         A pesar de que a diario sentía en carne viva la tristeza y la humillación, como una “ilusa enamorada” pensaba que las cosas cambiarían. Un caudal de amarguras e incertidumbres rodearon mi existencia al lado del macho que me usaba a su antojo, que me golpeaba hasta que no me quedaba un ápice de dignidad.

         El miedo de clamar por ayuda se fue tornando cada día mayor debido a mi condición migratoria haciéndome sentir incapaz de hacer valer mis derechos. Era como si temiera que mi voz reclamara respeto y cese al dolor que me despertaba cada mañana con el orgullo de mujer reducido a nada.

         Pero una noche, cansada de tratar de cubrir mis lesiones físicas, de ocultar tras una máscara de maquillaje e hipocresía el dolor moral y callar por miedo a lo desconocido, decidí no soportar una más. Busqué salidas; en ese momento pensé que cualquier cosa, hasta la deportación, era mejor que ir por la vida sintiendo al enemigo junto a mí. Dicen que el tiempo todo lo cura, pero para aquellas mujeres que un día sentimos en cuerpo y alma el flagelo de la violencia doméstica esto es solo una utopía, ya que esta experiencia se mantiene viva hasta el final de nuestros días.

         Es un proceso muy lento en el que tenemos que aprender a valorarnos, a sentirnos importantes, a salir airosas en una sociedad machista que, pese a la cantidad de víctimas de violencia doméstica, todavía se empeña en restar importancia a esta realidad.

         Hoy, a años de esta terrible experiencia, puedo decir que aprendí a vencer las dificultades y sanar las heridas internas, aceptando que un rayo de luz esperanzador me despierta cada mañana y me coloca frente a un presente prometedor y distinto.

         Mi voz se ha convertido en un alerta para aquellas mujeres, víctimas de violencia doméstica, recordándoles que hay mecanismos, ayuda y que al final del oscuro túnel hay una luz de esperanza y de amor genuino.

Beatriz Pérez, 43 años
Lawrence, MA, EE. UU.

 
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