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Del aquí y del allá

Nadar la Bahía de La Habana…  

         La situación política en Cuba llegó a ser intolerable, y mi única posibilidad de escapar era nadar la bahía de La Habana y abordar como polizón el barco español Zaragoza con la ayuda de mi buen amigo David Benyule, tripulante del mismo. Era un plan arriesgado, y elegí nadar hasta el Zaragoza desde el poblado pesquero de Regla, considerando que el barco estaba anclado en medio del puerto y podía evadir los controles en los muelles de la capital.

         Solo me acompañó mi madre, tan nerviosa como yo. La tarde había caído y en silencio me quedé en calzoncillos. En ese instante mi madre sacó una lata de manteca de su bolsón, comenzó a untármela por todo el cuerpo para protegerme del frío y seguidamente me colgó al cuello una bolsa sellada con los documentos que podrían identificarme.

         Únicamente le soplé un beso como despedida y me sumergí en el agua. Miré mi reloj por última vez: las 7:45 p. m.; tendría que hacer un gran esfuerzo para llegar al barco a las 9:00, la hora convenida con David. Me estremeció un escalofrío, pero me propuse nadar despacio para evitar que los músculos se me engarrotaran. De pronto percibí el olor pútrido del agua, gelatinosa, y comprobé que estaba contaminada por desperdicios de todo tipo.

         Habrían transcurrido treinta minutos y mi objetivo aún estaba a una distancia grande; pensé que sería imposible alcanzarlo a tiempo. No tenía forma de saber la hora, pero aún no habían dado las 9 porque el tradicional cañonazo de La Cabaña no había sonado. De repente sentí en la lejanía los motores de una lancha patrullera que surcaba las aguas en mi dirección, iluminando la quilla de los barcos anclados en la bahía. Evité moverme en el agua para no delatar mi posición. Por fortuna, la lancha se perdió en dirección a la Ensenada de Guanabacoa. Estaba a salvo.

         Un esfuerzo final me permitió llegar hasta el Zaragoza; la voluntad es el dinamo más eficiente en el ser humano. En un gesto simbólico, toqué la quilla del barco para saber que había alcanzado mi meta. Seguí nadando por el lado derecho, como David me había indicado, hasta que encontré la escalera que mi amigo ya había bajado al nivel del agua, y a él aguardando por mí. Susurré su nombre y me extendió la mano. En ese instante escuché el cañonazo de las nueve en La Cabaña. ¡Dios permitió que llegara a mi cita con puntualidad increíble! ¡Nuestro plan había resultado exitoso!

(Del libro Yagruma: Amores prohibidos en épocas de tiranía)
Francisco Calderón Vallejo
Miami, FL, EE. UU.

 
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